Difícilmente exista en el mercado global actual un producto tan demandado y necesario como una vacuna eficaz y efectiva contra el SARS-CoV-2, virus responsable de la pandemia COVID19. Más de 177 millones de casos y 3.8 millones de fallecimientos hasta junio del 2021 han generado una compleja situación sanitaria global que ha puesto en jaque a gobiernos, organismos internacionales, industria biofarmacéutica y a la población en general.
En este escenario tal y como expresa el recientemente publicado Informe UNESCO de la Ciencia 2021 , el grado de interacción entre autoridades que rigen las políticas sanitarias y sus homólogas en lo concerniente a la ciencia en la fase epidémica, ha sido proporcional al nivel de importancia que cada gobierno ha otorgado a la ciencia y sus resultados. De ahí que las vacunas, como producto biofarmacéutico innovador resulte un arma preventiva a la infección que genera debates, tanto en ámbitos políticos como económicos y financieros. El desarrollo de las vacunas anti- COVID19 se ha convertido en una carrera de fondo contra el tiempo, en pos de detener la propagación del virus, y con ello el número de fallecimientos y afectaciones a la vida en sociedad como tradicionalmente es conocida.
El mundo actual no estaba preparado para una pandemia como el COVID19. Y este hecho no solo se argumenta con la falta de vacunas o productos biofarmacéuticos para enfrentar una situación como esta. Uno de los factores que ha hecho indetenible el avance del virus ha sido la gran diferencia científica y tecnológica que existe en nuestro planeta en materia de investigación científica, desarrollo y producción de productos innovadores como las vacunas. Lamentablemente, el desarrollo científico y técnico que acompaña a una industria tan necesaria para la salud global como la de producción de vacunas y productos biofarmacéuticos no ha sido equitativa en las diferentes regiones de nuestro planeta.
Al cierre del año 2019 cuatro compañías multinacionales (GSK, Merck, Pfizer y Sanofi) ingresaban anualmente más de 5 800 millones de Euros tan solo por la venta de vacunas. El destino de estos productos certificados por la Organización Mundial de la Salud y otros organismos regulatorios en gran medida eran los programas de inmunización de los países en desarrollo. Un menor porcentaje era distribuido en países en vías de desarrollo a través de mecanismos conducidos por la UNICEF así como Organismos No Gubernamentales que reciben fondos filantrópicos procedentes de las grandes fortunas individuales globales o de gobiernos con mayores recursos financieros.
Con la pandemia actual provocada por el COVID19 se ha hecho más visible una realidad que hasta el momento no era percibida en toda su magnitud: sólo los países desarrollados cuentan con instalaciones, recursos y capacidades para producir a gran escala vacunas específicas contra determinadas enfermedades y enfrentar pandemias globales como la que actualmente golpea al planeta.
Aunque en los últimos 20-30 años han surgido alternativas en naciones como China, India, Brasil, Cuba, Argentina, México, Vietnam, Tailandia y otros, que a partir de la conducción y asesoramiento de Naciones Unidas y la OMS se organizaron en una Red de Países en Desarrollo Productores de Vacunas (DCVMN, por sus siglas en inglés), la realidad es que la capacidad productiva de estos países ni siquiera mediante alianzas con los grandes productores ha logrado el salto necesario. Debe tenerse en cuenta que fabricar más de 11 mil millones de dosis para inmunizar a más del 70 por ciento de la población global no es tarea fácil a nivel productivo o logístico. Que en sólo 35 países a inicios de junio del 2021 (18 países ricos y 17 países de ingresos medios) tengan la capacidad de fabricar o albergar algún punto de fabricación de las vacunas hasta ahora aprobadas refleja que la solución debe ir más allá a posibles intereses económicos y financieros pues el virus no distingue ni diferencia a la población global entre países desarrollados o en vías de desarrollo.
Es por ello que ante el actual escenario resulta remarcablemente necesario emplear herramientas como la Diplomacia Científica o la Diplomacia de Salud para llevar a cabo negociaciones e intercambio científico- técnico que permita un acceso equitativo y rápido a las vacunas que van registrándose y aprobandose a partir del conocimiento científico.
La reciente promesa de los líderes de las naciones más ricas del mundo de sufragar cerca de 1.000 millones de dosis de la vacuna contra el COVID-19 para el resto del mundo, ya sea directamente o a través del mecanismo COVAX, resulta importante más no suficiente como certeramente afirmara el Dr Tedros, máximo dirigente de la OMS. Sin duda alguna son importantes los acuerdos de fabricación y colaboración firmados hasta la fecha entre las compañías creadoras de los biológicos y los fabricantes permitiendo un aumento de la capacidad de producción a nivel mundial, pero al igual que la declaración del G7, no es suficiente.
Hasta el momento, en casi todo el mundo el virus circula más rápido que el desarrollo de las vacunas, y lo mismo ocurre con personas enfermas y fallecidas.
Con este hecho se reitera la consideración particular de este autor de que es preciso incrementar aún más la colaboración entre las naciones en materia científica y tecnológica.
Es imperiosa la necesidad de crear nuevos mecanismos de intercambio que salten los tradicionales muros creados por las patentes, las diferencias ideológicas, políticas o religiosas entre gobiernos y organismos internacionales en función de detener esta pandemia y estar preparados para nuevas que puedan surgir en el futuro. Para ello será necesario contar con vacunas eficientes y seguras producidas no sólo por científicos y académicos sino además, desde la negociación y el intercambio, por una diplomacia que sea consecuente y comprometida con la situación sanitaria que afecta a todos por igual en el escenario internacional.
When pandemics strike, vaccines and diplomacy are necessary.
By: Danev Ricardo Pérez Valerino
There is hardly any product on the global market today that is as demanded and necessary as an effective and efficient vaccine against SARS-CoV-2, the virus responsible for the COVID19 pandemic. The more than 177 million cases and 3.8 million deaths up to June 2021 have generated a complex global health situation that has put governments, international organizations, the biopharmaceutical industry, and the population in general in check.
In this scenario, as expressed in the recently published UNESCO Science Report 2021, the degree of interaction between authorities governing health policies and their counterparts with regard to science in the pandemic phase has been proportional to the level of importance that each government has given to science and its results. Hence, as an innovative biopharmaceutical product, vaccines are a preventive weapon against infection that generates debates in the political, economic and financial spheres. Thus, the development of anti-COVID19 vaccines has become a long-distance race against time to stop the spread of the virus and the number of deaths and the impact on life in society as it is traditionally known.
Today’s world was not prepared for a pandemic like COVID19, and this fact is not only due to the lack of vaccines or biopharmaceuticals to deal with such a situation. One of the factors that made the advance of the virus unstoppable has been the great scientific and technological gap in our planet in terms of research, development, and production of innovative products such as vaccines. Unfortunately, the scientific and technical development that accompanies an industry as necessary for global health as the production of vaccines and biopharmaceuticals has not been equitable across the different regions of our planet.
At the end of 2019, four multinational companies (GSK, Merck, Pfizer, and Sanofi) earned more than 5.8 billion Euros annually only from the sale of vaccines. The destination of these products certified by the World Health Organization and other regulatory bodies was primarily the immunization programs of developing countries. At the same time, a smaller percentage was distributed in developing countries through mechanisms conducted by UNICEF and Non-Governmental Organizations that receive philanthropic funds from large individual global fortunes or governments with more significant financial resources.
The current pandemic caused by COVID19 has made more visible a reality that until now was not perceived in all its magnitude: only developed countries have the facilities, resources, and capabilities to produce large-scale specific vaccines against certain diseases and to face global pandemics such as the one currently hitting the planet.
In the last 20-30 years, alternatives have emerged in nations such as China, India, Brazil, Cuba, Vietnam, Thailand, and others, which, with the guidelines and advice of the United Nations and the WHO, have organized themselves into a Developing Countries Vaccine Manufacturers Network (DCVMN). But the reality is that the productive capacity of these countries has not achieved the necessary leap even through alliances with large producers. It should be considered that manufacturing more than 11 billion doses to immunize more than 70 percent of the global population is not an easy task in terms of production or logistics. The fact that at the beginning of June 2021, only 35 countries (18 wealthy countries and 17 middle-income countries) will have the capacity to manufacture or host a manufacturing site for the vaccines approved so far reflects that the solution must go beyond possible economic and financial interests. This since the virus does not distinguish or differentiate the global population between developed and developing countries.
That is why, given the current scenario, it is indispensable to use tools such as Science Diplomacy or Health Diplomacy to carry out negotiations and technical-scientific exchange that leads to equitable and rapid access to the vaccines that are registered and endorsed based on scientific knowledge.
The recent promise of the leaders of the world’s wealthiest nations to pay for close to 1 billion doses of the vaccine against COVID-19 for the rest of the world, either directly or through the COVAX mechanism, is important but not enough as Dr. Tedros, WHO´s General Director, accurately affirmed. Undoubtedly, the manufacturing and collaboration agreements signed to date between the companies that create the biologicals, and the manufacturers are important, allowing an increase in production capacity worldwide, but it is not enough, like the G7 declaration.
So far, in most of the world, the virus circulates faster than the development of vaccines, and the same occurs regarding the sick and the deceased.
Due to this reality, this author reiterates his particular position that scientific and technological collaboration between nations should be further increased. There is an urgent need to create new exchange mechanisms that break the traditional walls built by patents, ideological, political or religious differences between governments and international organizations to stop this pandemic and be prepared for new ones that may arise in the future. This will require the collaboration of not only scientists and academics but also consistent and committed diplomacy. This is because vaccines affect everyone equally on an international level, and it is imperative to develop effective and safe vaccines.